jueves, 8 de noviembre de 2012

CONCURSO DE DISFRACES

El viernes 1º El Prof.. Agustín Zamora Lamadrid ( Educación Física) con otros profesores organizaron un concurso de disfraces. Aquí se observan algunos de los participantes. Los profesores de las diferentes asignaturas fueron los jueces del evento. La premiación fue para los tres primeros lugares.










ALEBRIJES

Aquí las imágenes fueron captadas en El Zócalo de la ciudad. Los artesanos mexicanos exhibieron sus alebrijes, figuras que llamaron la atención de una servidora , por tanto se las comparto. La exposición fue parte de la celebración del Día de muertos.








“Zazanilli”

A la escuela llegó un grupo de teatro “Zazanilli” ( Cuentos A. C.)Y presentó en el auditorio del plantel la obra “Ser diferente es mi derecho”. Música, graffiti, juegos, cuentos y poesía, etc. Aquí los alumnos se ven muy participativos.






EVENTOS

El 31 de octubre y viernes 1º de noviembre la secundaria celebró Día de muertos. Una presentación de la 46, escuela invitada  y una  mamá lectora presentaron la vida de La Catrina.



LECTURAS DEL RINCÓN.


EL SOMBRERÓN                              Leyendas T. I, p 143
sombrerón ronda por las calles de San Cristóbal al amparo de las sombras. Se aparece a los trasnochadores solitarios, pero más que nada a los “bolos”, a quienes el alcohol ha prestado audacia. A primera vista se ve como un hombre ordinario con la sola característica de usar un enorme sombrero de palma bajo el cual sus facciones se esfuman.
Pero todo esto lo pasan por alto las víctimas elegidas ante la tentadora invitación del Sombrerón a divertirse y tomar trago.
Y allá los lleva el maldito por caminos y veredas hasta dar con sus huesos en los barrancos; cosa que logra no siempre con simples engaños, sino con fuerza, pues algunos hay que a tiempo advierten el peligro, si bien esto no les vale de nada.
 
 Al día siguiente son encontrados maltrechos y doloridos y, hay que suponer, arrepentidos de su mala cabeza. A las mujeres también se da maña para alejarlas del poblado y burlarlas, por eso las chicas no deben salir de noche.
 
 
LA PIEDRA ENCANTADA                 Leyendas T. I  p 144
Hace muchísimo tiempo, tanto que no es posible precisarlo, los indios trataban de arrancar una piedra que habría de servir para levantar la iglesia de Chamula; mas al estarlo haciendo, oyeron que ésta hablaba y les decía:
— “No me corten, déjenme estar aquí, pues ha de llegar el día en que podré servirles de mucho”.
Ahí permaneció la piedra que desde entonces fue llamada del Tecolote, y al lugar llamaron Ichinton.
Transcurrido el tiempo, la piedra cumplió su profecía. Estaban a punto de morir los vecinos de Ichinton, a manos de encarnizados enemigos, por esto se reunieron a orar junto a la piedra llevando encendidas muchas candelas.
 
A partir de esa noche, vieron cómo del sitio en que yace la piedra brotaban soldados que con bravura los defendieron, hasta que en la tercera noche habían ya acabado con la totalidad de sus enemigos.
Desde entonces pudieron vivir tranquilos, confiando siempre en la Piedra del Tecolote, que es, con razón, mirada con respeto y agradecimiento.
 
 
HUELGA EN LA BIBLIOTECA
Texto: Cuento                                                                                Ma. Fernanda Buhigas
¿Qué ocurría en la biblioteca? La noticia de los extraños sucesos que allí tenían lugar corrió como un reguero de pólvora, haciendo que la biblioteca se convirtiera en el centro de atención de un mundo ávido de acontecimientos. Periodistas de todos los puntos del mundo, cámaras de televisión, científicos  de todas partes invadieron el recinto tratando de encontrar alguna explicación a todo aquello. Miraron uno a uno todos los libros que componían aquella miniciudad, pero por más que lo intentaban, los libros seguían sin poder abrirse.
 
Pasó el tiempo y ya no sólo acudían investigadores en el tema, sino todo tipo de personas en las que fue naciendo el deseo de leer unos libros que no se dejaban abrir.
Poco a poco las gentes fueron entendiendo la actitud de los libros y empezaron a arrepentirse de haber faltado tantísimas veces a su cita en la biblioteca. Todos comprendieron que también  los libros necesitaban ser tomados en cuenta, pues al igual que los humanos necesitan sentirse queridos por quienes les rodeaban.
Sin embargo, y a pesar del cambio de actitud en los habitantes del barrio, los libros no se dejaban leer. ¿Qué podían hacer para que éstos se dejasen abrir nuevamente? Fue a la señorita Elvira a la que se le ocurrió la idea. Así como la expuso a todos los que en aquel momento se encontraban reunidos.
 
– Creo que lo mejor será acudir aquí día tras día. Cada uno  de nosotros tendrá asignado un libro determinado y, durante todo el mes, día a día lo irá cogiendo de la estantería en donde esté y lo colocará en la mesa que le corresponda hasta que un día los libros decidan volver a abrirse.
Y así lo hicieron. Desde aquél día la biblioteca permanecía llena durante todo el día. Pero durante un mes nada cambió.
La noche en que se cumplía el primer mes, los libros de la biblioteca se reunieron para decidir qué pasos iban a seguir a partir de aquel momento. Un grupo consideraba que si volvían a dejarse abrir, pronto los humanos volverían a perder el interés por ellos y nuevamente volverían a estar allí solos. Mientras que otro grupo creía que deberían abandonar ya la huelga porque al no ser leídos  por nadie lo  único que conseguirían era un terrible aburrimiento.
 
Antes de que  los dos grupos se enfrentaran en una pelea sin fin. El viejo libro de la sabiduría decidió alzar su voz:
Amigos míos, puesto que la idea de esta huelga surgió de nuestro joven Aventuras en el mar, creo que es él quien debe decidir la continuación o no de la misma.
Todos aplaudieron las palabras de El viejo libro de la sabiduría y pidieron a Aventuras en el mar que diera su opinión.
El joven libro no se hizo del rogar y, después de pensar un poco en las palabras que iba a decir, comenzó así:
 
– Creo que con nuestra actitud hemos logrado que los humanos se den cuenta de nuestros valores. Me parece  que  ha llegado el momento de dejarles disfrutar con nuestra lectura.
 
– Pero, ¿y si con el tiempo vuelven a abandonarnos? –preguntó El árbol fantástico. A lo que respondió nuestro joven amigo:
– Francamente, no creo que eso vuelva a ocurrir, pero si sucediera, ya conocemos el remedio.
 
A la mañana siguiente la biblioteca volvió a llenarse como todos los días de aquel mes. El primero en llegar fue un niño que había elegido un libro cuyo título le sugería acontecimientos extraordinarios; se trataba de Aventuras en el mar.
 
Con una cara entristecida al pensar que otro nuevo día iba a pasar sin conocer las aventuras que aquel libro encerraba, se dirigió ante una de las mesas y se sentó esperando pasar otra mañana más llena de aburrimiento. Como todos los días, el niño hizo un nuevo intento para abrir el libro, y cuando lo hizo comprobó con inmensa alegría que podría pasar todas y cada una de las páginas de su preciado tesoro.           
 
 
LA LLORONA Versión A
De los campos a las ciudades emigran muchas jovencitas en busca de su sueño, de estudios y de tener mejores trajes y dinero para ayudar a sus familias.
Esta como muchas llegó a la ciudad y se empleo en casa de ricos, enamorándose de su hijo el cual cruelmente la dejó embarazada y luego la despidió de su trabajo.
No habiendo más que hacer, se devolvió a su casa escondiendo su hijo bajo su delantal, lo cual no logró por mucho tiempo, su familia, apegada al cristianismo, comenzó a decirle su error a todas horas, creándole gran angustia.
Una noche bajo un gran aguacero corrió hacia el río y pariéndolo lo lanzó a la corriente, al ver lo que había hecho se lanzó detrás del niño gritando y llorando.
Todavía en las noches de luna después de una creciente se oye el llanto de esta mujer, y se puede verle tras el rayo de luna en el agua del río, tratando de alcanzar a su hijo.

Dicen que el señor en su gran misericordia tendrá compasión de ella y que algún día lo alcanzará, volverá a la vida y será un gran hombre revolucionario de la sociedad.


LA LLORONA Versión B

En las altas horas de la noche, cuando todo parece dormido y sólo se escuchan los gritos rudos con que los boyeros avivan la marcha lenta de sus animales, dicen los campesinos que allá, por el río, alejándose y acercándose con intervalos, deteniéndose en los frescos remansos que sirven de aguada a los bueyes y caballos de las cercanías, una voz lastimera llama la atención de los viajeros.

Es una voz de mujer que solloza, que vaga por las márgenes del río buscando algo, algo que ha perdido y que no hallará jamás. Atemoriza a los chicuelos que han oído, contada por los labios marchitos de la abuela, la historia enternecedora de aquella mujer que vive en los potreros, interrumpiendo el silencio de la noche con su gemido eterno.

Era una pobre campesina cuya adolescencia se había deslizado en medio de la tranquilidad escuchando con agrado los pajarillos que se columpiaban alegres en las ramas de los higuerones. Abandonaba su lecho cuando el canto del gallo anunciaba la aurora, y se dirigía hacia el río a traer agua con sus tinajas de barro, despertando, al pasar, a las vacas que descansaban en el camino.

Era feliz amando la naturaleza; pero una vez que llegó a la hacienda de la familia del patrón en la época de verano, la hermosa campesina pudo observar el lujo y la coquetería de las señoritas que venían de San José. Hizo la comparación entre los encantos de aquellas mujeres y los suyos; vio que su cuerpo era tan cimbreante como el de ellas, que poseían una bonita cara, una sonrisa trastornadora, y se dedicó a imitarías.

Como era hacendosa, la patrona la tomó a su servicio y la trajo a la capital donde, al poco tiempo, fue corrompida por sus compañeras y los grandes vicios que se tienen en las capitales, y el grado de libertinaje en el que son absorbidas por las metrópolis. Fue seducida por un jovencito de esos que en los salones se dan tono con su cultura y que, con frecuencia, amanecen completamente ebrios en las casas de tolerancia. Cuando sintió que iba a ser madre, se retiró "de la capital y volvió a la casa paterna. A escondidas de su familia dio a luz a una preciosa niñita que arrojó enseguida al sitio en donde el río era mas profundo, en un momento de incapacidad y temor a enfrentar a un padre o una sociedad que actuó de esa forma. Después se volvió loca y, según los campesinos, el arrepentimiento la hace vagar ahora por las orillas de los riachuelos buscando siempre el cadáver de su hija que no volverá a encontrar.

Esta triste leyenda que, día a día la vemos con más frecuencia que ayer, debido al crecimiento de la sociedad, de que ya no son los ríos, sino las letrinas y tanques sépticos donde el respeto por la vida ha pasado a otro plano, nos lleva a pensar que estamos obligados a educar más a nuestros hijos e hijas, para evitar lamentarnos y ser más consecuentes con lo que nos rodea. De entonces acá, oye el viajero a la orilla de los ríos, cuando en callada noche atraviesa el bosque, aves quejumbrosos, desgarradores y terribles que paralizan la sangre. Es la Llorona que busca a su hija...
Relato realizado por: Don Concepción Azofeifa.


EL LEÓN Y LA LIEBRE

Texto literario: Fábula                                                   
                                                                                      

En una montaña había un león que se entretenía en hacer una continua matanza de animales. Estos se reunieron, deliberaron y le enviaron representaciones.

– Señor –le dijeron–, ¿por qué destruir así a todos los animales? Mejor, todos los días, te enviaremos a uno de nosotros para que te alimentes.

Y así fue. El león, a partir de entonces, devoró diariamente a uno de aquellos animales.

Cierto día, una liebre vieja, a la que le llegó el turno de servir de comida, se dijo para sus adentros:

“Sólo se obedece a aquél a quien se teme. Si debo morir, ¿de qué me sirve el demostrar sumisión? Voy,  pues, a tomarme el tiempo que quiera para llegar hasta él, no me puede costar más que la vida, ¡y esa es la que he de perder!”

Se puso en camino, deteniéndose aquí y allí para masticar algunas raíces sabrosas.

Cuando al fin llegó a donde estaba el león, éste, que tenía hambre, le dijo colérico, en cuanto la vio:

– ¿Por qué vienes tan tarde?
– No es mía la culpa. He sido detenida en el camino y retenida a la fuerza por otro león que dice ser más poderoso que tú, al que he jurado volver a su lado, y vengo a decírtelo, oh, gran rey.
– Llévame pronto –dijo furioso el león- donde ese bribón que desconoce que aquí yo soy el único todopoderoso.

   La liebre condujo al león junto a un pozo profundo. Allí le dijo:
– Mira, señor; el temerario está en el fondo de su guarida. –Y mostró al león su propia imagen, reflejada en el agua del pozo.

   El león, hinchado de orgullo, no pudo dominar su cólera, y, queriendo aplastar a su rival, se precipitó dentro del pozo en donde encontró la muerte.

   Lo anterior prueba que la inteligencia aventaja a la fuerza. La fuerza desprovista de inteligencia no sirve para nada.

 

jueves, 18 de octubre de 2012

ANTOLOGIAS III LEYENDAS (SEGUNDA PARTE)

EL SOL DE LUCES VERDES


ZAC Ceeh era un muchacho extraño, distinto a sus demás compañeros. Aunque jugaba y se divertía como los demás, llegaba un momento en que no quería compartir más y se retiraba del grupo.

No quería cazar pájaros ni poner trampas con los otros para atrapar a los pequeños del bosque. Los animales huían de los demás, pero a ZAC Ceeh lo seguían, se acercaba a él porque su instinto les indicaba que de aquel  jovencito diferente no tenían nada que temer.

Al verse solo, mientras contemplaba el agua de un cenote callado, pensaba que su diferencia se debía a que él no era bueno, y sentía tristeza.

Pero he aquí que en una de sus contemplaciones solitarias, cerca del agua silenciosa, se quedó dormido y soñó.

Algunos pensaron, cuando les contaba aquel sueño, que se trataba de una revelación. Él no estaba seguro, mas tenía la certeza de la realidad de su visión; ésta no se alejaba de su mente ni de día ni de noche.

ZAC Ceeh estaba, de pronto –sin saber cómo había llegado ahí-, en un paraje esplendoroso donde no había estado antes; tampoco entendía en qué forma llegó a ese lugar extraordinario.

Una vegetación baja y aromática cubría grandes llanos que subían hasta unas montañas tan altas que alcanzaban el cielo. El agua no era quieta y callada como la del cenote, sino que corría de un lado y a otro reproduciendo un alegre ruido: ¡moviéndose y cantando como si estuviera con vida!


Pronto sintió que respiraba un aire fresco y suave. Caminó por una vereda limpia y agradable para subir a la más alta de las cumbres. Al llegar a la cima se detuvo maravillado. Se hallaba en un jardín florido en medio del cual se alzaba un palacio de cristal. El sol, desde la altura, lanzaba extraños rayos verdes iluminando todo el paisaje.

Una bella joven se distinguía entre otras chicas que cantaban alegremente en una ronda. Llevaba una vaporosa túnica blanca adornada con trocitos de jade, turquesas y cristal de roca reluciente como el diamante. Su cabello era oscuro, largo, suave y le daba un perfecto marco a sus finas facciones.

ZAC Ceeh se sorprendió más cuando la bella se separó del grupo y se acercó a saludarlo. Él hizo un enorme esfuerzo para despegarse del suelo y abrazarla, pero en ese momento el encanto cesó y él volvió a su solitaria realidad sobre una piedra en la orilla del cenote.

Llegó pensativo a su casa y entregó a su madre los trozos de leña que traía y la corteza de balché para hacer el licor ceremonial. No contó nada entonces y se retiró a dormir. Pera esa noche y las siguientes, Yaax Tubén Kin le tendía los brazos desde el palacio de cristal iluminado por las sorprendentes luces verdes de aquel sol.

Su madre lo notó ausente y le preguntó el motivo de sus continuas distracciones. Él se atrevió –apoyado en la suposición de ella- a decirle que se trataba de un enamoramiento; su mente insistía en presentarle la visión de la joven de la túnica blanca resplandeciente bajo las luces verdes de ese sol magnífico.

La madre se asustó pensando en un embrujo o maleficio cuando él le aseguró que iría a buscar a la joven del sueño: recorrería el país y pasaría fronteras, caminaría hasta encontrar el palacio de cristal...   El sacerdote del culto  solar,   el


sabio Ah Kin, la tranquilizó advirtiéndole de paso que sería inútil detenerlo; finalizó su plática diciéndole:
– El que cree, hace, y el que hace, crea...
A los tres días, la madre volvió a la choza ceremonial; con hojas de palma limpió los braseros y quemó el copal ante el altar del dios Hunab Ku, único y verdadero que rige el Universo. Dejó unos tamales recién hechos y un tarrito de miel; luego, cerró los ojos para orar.

– Oh, Señor –suplicó–, es mi hijo quien sale a los caminos: líbralo del tigre y de la serpiente; que no se corte o se desangre; que no se rinda.
A la mañana siguiente, ZAC Ceeh prometió a su madre regresar cuando fuera rey de la región del Sol de Rayos Verdes...

Siempre en dirección al oriente, preguntó y preguntó por el lugar que nadie conocía; muchos se burlaron de él y de su sueño... una paloma, una abeja y un venado, cada uno a su paso, le aseguraron que si había visto el lugar y creía en él, sin duda llegaría. ZAC Ceeh siguió al oriente, llegó al mar y cambió de rumbo al descubrir una luz verde a su derecha.

Más adelante, encontró en una ciudad donde había muchos jóvenes que, como él, habían salido en busca de su sueño. Alguno se cansó sin llegar; otro, regresaría al día siguiente a su tierra decepcionado de seguir una fantasía... los más le confesaron que habían estado frente al mismo palacio sin que la joven por quien viajaron de tan lejos, apareciera nunca.

– Deja tus sueños –dijo alguien muy seguro, quédate con nosotros y aprende a divertirte.

– Los sueños son sólo eso: sueños –reflexionó otro, tratando de desanimarlo.



A pesar de todo, siguió adelante: pasó breñales, cruzó llanos y emprendió la subida a la montaña. Sintió por fin la brisa fresca del lugar que buscaba y redobló los bríos. Le sudaban las manos y los pies, el sudor se transformaba en sangre que caía a la tierra de donde nacían frutas que lo alimentaban y le daban fuerzas para seguir.

Al encontrarse por fin frente al palacio de cristal, todo estaba vacío y silencioso; en ese momento Zaac Ceeh quería morirse. Estaba tan agotado que apenas podía sostenerse de pie; esperó unas horas, unos días; mas su ánima le dijo estas palabras al oído:

– No te vayas sin ver...
Por eso subió la escalinata del palacio, ¡arriba estaba ella, Yaax Tubén Kin, esperándolo!
Ambos se fundieron en un abrazo.

– El que cree, hace; el que hace, crea: tú me has creado, tú creíste en mí. Éste es tu premio – dijo ella, y él, creyó en sus palabras...

SAN LUIS POTOSI.

LA PLANCHADA


Esta leyenda, cuyo título podría ser también el de “ La enfermera visitante”, hace recordar a muchos potosinos episodios de misterio, originados hacia finales del siglo pasado.

El antiguo hospital se encontraba entre los barrios de “El Montecillo” y de “San Sebastián”, cerca del costado sur del templo de San José. Cuenta la leyenda que en dicha institución entró a formar parte del personal una enfermera llamada Eulalia, de buena presencia, quien desde luego dio muestras de profesionalismo y diligencia; por lo tanto, se captó la simpatía y el aprecio del personal médico y administrativo.

Eulalia repartía su tiempo entre su trabajo en el hospital y la atención a su familia, que consistía en su madre y dos hermanos menores. Llevaba una vida tranquila, sosegada y al mismo tiempo activa; nada perturbaba el horizonte de esta eficaz mujer, hasta que un día ingresó al hospital un joven médico, apuesto, de nombre Joaquín. Era costumbre en el hospital que cuando llegaba un nuevo médico, el director reunía al personal para presentarlo; ese día Eulalia estaba atendiendo a un paciente, mas hubiera podido dejar su trabajo un momento, suficiente para ser presentada al recién llegado, pero no quiso asistir al llamado del director. Al  anochecer, cuando llegó a su casa, refirió a su madre:

– Hoy llegó al hospital un nuevo médico; aunque no lo conozco ya me imagino que es uno de esos recién salidos de la escuela, fatuos y orgullosos, que ven a una como inferior; pero ya verá... ya verá...
– Hija, es la primera vez que te oigo hablar así ¿te ha ocurrido algo?
– No, nada, nada en realidad; bueno, he tenido algunos contratiempos sin importancia.

Al día siguiente, Eulalia fue solicitada para auxiliar al nuevo médico en la extracción de una bala de la pierna de un herido. Desde el primer momento en que la enfermera vio al doctor, quedó prendada del él, a grado tal que no acertaba a darle los instrumentos debidos. A medida que pasaba el tiempo, ella se enamoró apasionadamente del galeno, en cambio él no mostraba el mismo interés. Sin embargo, pasados algunos meses, Eulalia y  Joaquín se hicieron novios. Ella sintió que por fin se estaban realizando  sus aspiraciones, se veía feliz y en torno a ese amor giraba toda su existencia, pero él no mostraba la misma pasión que ella. Los años transcurrían y en el hospital continuaban de novios el médico y la enfermera.

Un día de tantos, dice Joaquín:

– Eulalia, estoy invitado mañana a una recepción; no tengo ropa adecuada pero un colega me la va a prestar; como tú sales antes que yo, hazme un gran favor: te llevas la ropa a tu casa y si me lo permites, allí me cambiaré. ¿Te parece bien?

– Con todo gusto lo haré Joaquín; vas a ir a tu recepción hecho un príncipe, te verás muy guapo.

Como acordaron, al día siguiente Joaquín llegó a la casa de Eulalia; ya vestido en traje de etiqueta, charla un rato con su novia y, al despedirse, le dijo:

– Olvidaba decirte que asistiré a un seminario de medicina interna; será cuestión de unos quince días.

Pasó algún tiempo que a la enfermera se le hizo eterno, sin recibir noticias de su novio. Un día, un empleado del hospital que anteriormente la cortejaba, le declaró su amor pero Eulalia le contestó:
– Soy la prometida del doctor Joaquín, no creo que usted lo ignore.
– Pero Eulalia, su doctor tardará mucho tiempo en regresar de su viaje de bodas; ¿no sabía usted que se casó en la fecha que renunció a su trabajo en este hospital?
Eulalia jamás pudo recuperarse de la decepción que le causó el engaño, por más que se decía a sí misma: “Debí darme cuenta que él nunca me quiso de verdad; no debo abatirme”. Pero lo cierto es que siempre sufrió por el perdido amor, aun cuando tanto su trabajo como atender su casa, absorbían la mayor parte de su tiempo. Jamás volvió a enamorarse de otro hombre, ni tuvo novio alguno; siguió dedicándose a su profesión, pero ya no era la misma enfermera activa, dinámica, capaz. Se dice que descuidaba a los enfermos, que se volvió demasiado estricta con los demás, que se llenó de amargura. Llegó a tal punto su indiferencia, que aun dentro de su turno desatendía a los pacientes y en más de una ocasión, algunos murieron por su negligencia.

Años después se inauguraba un flamante hospital con el nombre del Doctor Miguel Otero, en la que hoy es Avenida Benito Juárez; a este hospital pasó la mayor parte del personal del antiguo Hospital Civil; entre ellos estaba Eulalia. Transcurrió el tiempo y la enfermera Eulalia, tras una penosa enfermedad, murió en el mismo hospital donde trabajaba.


Se cuenta que en ese hospital se aparecía una enfermera pulcramente vestida de blanco y que de vez en cuando atendía pacientes.

Mucho después se fundó en esta ciudad el Hospital Central Doctor Morones Prieto, al cual pasó parte del antiguo personal del Hospital Miguel Otero.

Una mañana entra una de las nuevas enfermeras al cuarto de un paciente y lo saluda:

– ¿Cómo está? ¿Cómo pasó la noche?
– Bien, gracias a Dios y gracias también a la enfermera que además de darme la cucharada, me dio el elixir que me hizo mucho bien.
– ¿Y a qué hora sucedió eso? – preguntó extrañada la nueva enfermera.
– Como dos horas antes de que usted llegara.
Aun cuando la nueva enfermera sabía que eso no podía ser, nada dijo al paciente; salió del cuarto a continuar su trabajo. Otro día uno de sus pacientes le dice:

– Anoche me dolió mucho la cabeza, pero una enfermera me dio una pastilla y se me quitó el dolor como por encanto.
– Ah, ¿sí? ¿Cuándo le dieron esa pastilla?
– Tal vez en la madrugada.

A la hora de comer, comentó esto con la enfermera Elena Wong Rivas, amiga suya, quien con mucha naturalidad le dijo:

– Ah, sí. Seguramente es La Planchada; le decimos así porque siempre anda muy almidonada, con la bata bien planchada, jamás se le arruga ni se le ensucia; sí, también se aparece en los pasillos y  se introduce en los cuartos de los pacientes. Una vez, en un cuarto donde había pacientes, ahí en la sección de mujeres, yo debía inyectar a una de ellas; mi sorpresa fue grande cuando me dijeron, al preguntar por qué estaba dormida una de ellas:
– La acaban de inyectar, un poco antes de que usted entrara.
– ¿Quién la inyectó?
– Una enfermera vestida de largo, con su ropa bien almidonada.

La nueva enfermera siguió con la duda, aunque su amiga le había referido que se trataba de La Planchada. Estaba verdaderamente intrigada, hasta que al fin pudo platicar ampliamente con otra amiga suya, la enfermera Conchita Armendáriz Hernández; tras de contarle sus experiencias en relación con la enfermera fantasma, Conchita le dijo:

– Pues sí es verdad, yo la he visto y algunos médicos también. Figúrate que un día llegó un doctor nuevo, joven, distinguido y de porte aristócrata, quien al salir de su consultorio, nos encontramos en el pasillo y me dijo:
– ¿Quién es esa enfermera que entró a mi consultorio sin mi permiso, se sentó frente a mi escritorio saludándome y llamándome por mi nombre?
– Como ve, no hay nadie, doctor. Pero no se preocupe, es La Planchada.

En el Hospital Central Doctor Morones Prieto se han acostumbrado a ver deambular por los pasillos, o saber que ha entrado en los cuartos de algunos pacientes, a una enfermera con su vestido largo blanco,  impecable y almidonado. Nadie duda que alguna vez haya asistido como ayudante en las operaciones que los nuevos médicos practican en el quirófano; ese sitio que en el antiguo hospital donde trabajó Eulalia, se llamaba Sala de Operaciones.

LA MALTÓS



Una de las leyendas clásicas más apasionantes de México es sin duda ésta, cuyos hechos se  desarrollaron en la muy leal, noble y aurífera ciudad de San Luis Potosí.

Desde su fundación, ha sido un lugar de población numerosa, porque a raíz del descubrimiento de las minas de San Pedro, muchos buscadores de oro llegaron atraídos por tal acontecimiento. La ciudad Potosina fue fundada por el capitán Miguel Caldera, don Juan de Oñate y Fray Diego de la Magdalena, quienes le pusieron por nombre San Luis, en homenaje al Santo Rey de Francia. Ellos trazaron los primeros lineamientos de la ciudad, la Casa de Gobierno y sitios destinados a parques y mercados. Poco a poco fue creciendo hasta llegar a ser, hacia 1700, la importante ciudad en cuyos años transcurrieron los acontecimientos de esta leyenda.

El peligro de las hordas chichimecas, huachinchiles u otras, era todavía latente, la evangelización de los pueblos estaba en pleno desarrollo. San Luis, la joya arquitectónica, emporio de cultura y religión, ciudad actual de floridos jardines y enhiestas torres, empezaba a vivir.

La mayoría de los habitantes era gente sencilla, vestían indumentaria típica: faldas largas de manta, sayales, rebozos, cobijas, pantalón de manta o de cuero, según las posibilidades de cada quien; asimismo, había señores de casaca y chambergo, en casos especiales usaban sombrero tricornio. Era una abigarrada población en la que habitaban personas de todas las clases socioeconómicas, pero se distinguían básicamente dos: los patrones de hacienda y  los peones, servidores, que a veces llegaban a ser esclavos.

Por las calles abundaban carretas jaladas por bueyes y coches tirados por caballos; caballeros montados en briosos corceles, mucha gente sobre asnos. Ya existían los templos de Tlaxcala, Santiago y Montecillo, San Francisco y su convento. El río de Santiago llevaba todavía su abundante caudal.
En el sitio que hoy ocupa el magnífico edificio Ipiña, había un pequeño manantial; como el agua ha sido en San Luis un líquido preciado, alrededor de dicho manantial germinó una enorme huerta, donde se erigieron diversas construcciones coloniales: cuartos amplios, alta techumbre, corredores, soportales de arquerías. Una de esas casas precisamente se destinó para recluir, aunque de manera provisional, a las personas que tenían la desventura de caer en manos de los inquisidores, donde eran interrogados, torturados y por fin recibían la sentencia que les aplicaban por herejía, lectura de libros prohibidos, prácticas de sectas religiosas y hechicería.

Una mujer de muchas agallas conocida como La Maltós, tuvo su residencia oficial en la casa que acabamos de referir.  Se decía que dicha mujer practicaba la brujería, espiritismo, magia negra y otras costumbres que hoy no son perseguidas; inclusive a muchas personas cultas les ha dado por investigar.

Por paradójico que parezca, La Maltós llegó a obtener mando de inquisidora que en aquellos tiempos significaba tener mucho poder, tanto, que a cualquier persona que esta mujer quisiera perjudicar, bastaba que la acusara de algunos de esos delitos tan perseguidos para hundirla, ya que sin más investigación, se le aplicaba tormento y muchas veces era deportada o se le mataba en las mazmorras de dicho edificio; es decir, como también ocurría con la Inquisición, en nuestra gran Capital Mexicana.

El solo nombre de La Maltós infundía pavor, pues interrogaba a los reos con lujo de crueldad y gustaba de sacrificar personalmente a sus víctimas. Como además sabía malas artes, decían que tenía pacto con Satanás; en fin, era una mujer diabólica.

Por todo eso la gente le temía, aún los políticos y personas de renombre, quienes preferían tener amistad con ella en lugar de tenerla como enemiga, porque ya fuera en forma de acusación o por sus brujerías, estaba en condiciones de perjudicar a quienes ella quisiera.

Se dice que hacía aparecer en el interior de sus aposentos caballos negros, perros descomunales y hasta lobos, así como carretelas tiradas por caballos. Se cuenta que solía salir por las calles de la ciudad a horas altas de la noche en un carro tirado por dos briosos caballos, lo cual hacía de la siguiente manera: en el muro de su habitación dibujaba un coche tirado por dos enormes caballos negros, se colocaba en el supuesto asiento delantero empuñando simuladamente las riendas, pronunciaba unas palabras cabalísticas y ordenaba a los caballos arrancar; entonces cobraban vida, carruaje y corceles, mismos que en forma estrepitosa saltaban a rodar por las empedradas calles de la ciudad, sacando enormes chispas de fuego: recorría los caminos envuelta en llamas y la gente decía santiguándose: “Allí va La Maltós, la mujer infernal, la bruja”.

Sus fechorías no tenían freno, a tal grado que se complacía en destruir altas personalidades. Al fin La Maltós cometió un error grave de funestas consecuencias; ocurrió que se extralimitó en una ocasión al sacrificar a dos personas de mucha influencia política y económica.

Entonces el alto mando inquisidor dio orden de arrestarla y enviarla a presidio a la ciudad de México. La policía rodeó la casa donde vivía  La Maltós,  las  autoridades entraron a capturarla, nada podía hacer que escapara de aquella sentencia; entonces se refugió en el último reducto que era su amplia habitación, pero hasta allí llegó un jefe de la policía acompañado de dos subalternos; la inquisidora destronada no tuvo más remedio que entregarse humildemente diciendo:

– Ha llegado la hora de perder, no puedo resistirme ante la fatalidad, aunque mis poderes no se han menguado, pues cuento con facultades que me han otorgado los dioses y está en mis manos destruirlos en este momento, si así fuesen mis deseos, no obstante, debo obedecer los mandatos de fuerzas superiores y me entrego a vosotros. ¿Puedo pedirles un último favor, una gracia?

Al ver la tranquilidad de la reo, quedaron asombrados los hombres que iban con la misión de aprehenderla y el jefe de policía contestó:
– No es culpa nuestra, nosotros sólo obedecemos órdenes superiores y créame que en estos momentos quisiera no ser yo el que ejecutase esta orden, mas me ha tocado en suerte venir a realizar algo que no quisiera, presentarla ante la justicia mayor, para que sin duda se cumpla la sentencia a la que habéis sido acreedora.
– Nada temáis y no os preocupéis por mí; no cobraré venganza contra vosotros, pero, ¡ay del que haya sido causante de mi mal!, tendrá que arrepentirse mil veces, en fin, llevad a cabo vuestra tarea, el tiempo apremia. Mas cumplidme sólo este último deseo: quiero dejar aquí, en este salón, un recuerdo imperecedero; haré un hermoso dibujo.

La hechicera, con el dedo índice de la mano derecha, trazó en la pared primero los contornos de una carroza, luego las ruedas, la portezuela y dos grifos gigantescos que la jalaban; al conjuro de unas palabras cabalísticas, la carroza parecía moverse. Sonriendo, La Maltós volteó hacia sus aprehensores diciéndoles:  “os invito a que viajéis conmigo por lo ancho y largo de los continentes conocidos”.  Ante la mirada estupefacta de los hombres armados, que permanecían como clavados en el piso, subió ágilmente y la carroza se fue perdiendo en un horizonte sin límites.

Salieron despavoridos el jefe policiaco y sus ayudantes a narrar lo acontecido, pero por supuesto, nadie les creyó. Lo cierto es que nunca más se volvió a saber de La Maltós